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Bebida Soma (Receta del Himalaya) con Probióticos

 

Descripción

"BebidaSoma", contiene mil millones de diferentes cepas de probióticos o microorganismos vivos y saludables.

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BebidaSoma (Receta del Himalaya) con Probióticos

(40 Mil Millones de diferentes Cepas de Enzimas activas)

"BebidaSoma", contiene mil millones de diferentes cepas de probióticos o microorganismos vivos y saludables.

En cuanto se mezcla el polvo en un litro de zumo ecológico y después de dos días de reposo y fermentación, se han multiplicado a 40 mil millones de beneficiosos microorganismos. Ingeridos en cantidades suficientes, tiene un efecto beneficioso en el organismo, permanecen activos en el intestino y ejercen importantes efectos fisiológicos, como contribuir al equilibrio de la microbiota intestinal del huésped y potenciar el sistema inmunitario.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS o WHO), la definición de probióticos es: "Microorganismos vivos que, cuando son suministrados en cantidad adecuadas, promueven beneficios en la salud del organismo huésped"

Es el momento de preocuparse de regenerar la microbiota mediante un tratamiento específico. Porque no hay que olvidar que es la salud de los intestinos es la que determina, al fin y al cabo, la salud de todo el cuerpo, incluido el estado de ánimo.

¿Por qué tomar Bebida Soma?

Por cada célula que hay en nuestro cuerpo, tenemos 100 microbios de distintas clases que proliferan en la boca, los oídos, la piel, los órganos genitales y, sobre todo, en los intestinos. En un adulto, la cantidad de microbios se aproxima a los 100 billones.

Aunque pueda sonar repulsivo, en realidad la mayor parte de estos microbios son inofensivos y aparentemente pasivos. Algunos nos resultan útiles y solamente una minoría son peligrosos: los microbios patógenos, es decir, los que causan enfermedades.

¿Por qué debemos cuidar de nuestros microbios?

Cuando digo que la mayoría de estos microbios parecen pasivos, no es del todo exacto: en realidad, tienen la virtud (la mayoría) de que ocupan espacio, y con ello impiden que los microbios patógenos se instalen y se multipliquen. En este sentido, su presencia constituye un escudo defensivo que resulta imprescindible en nuestra vida. Por ello, lo peor que podría hacerse sería eliminar las bacterias que recubren alguno de nuestros órganos sensibles, como por ejemplo, los genitales o el intestino. Lejos de obtener una “limpieza total”, lo que conseguiríamos sería favorecer la aparición de nuevos invasores sin tener la certeza de que vengan con buenas intenciones. Así es como se producen las infecciones.

Por eso, resulta lamentable que llevemos más de un siglo dedicando tanto esfuerzo a matar microbios de forma indiscriminada a base de antisépticos, fungicidas y antibióticos, que no siempre son indispensables. (Nota: esto no es una crítica a los antibióticos, sino a su abuso).
Aunque no las veamos, aunque no las conozcamos, la mayoría de estas bacterias son nuestras amigas. Y tener 100 billones de amigos no es poca cosa.

La microbiota intestinal, el foco de nuestra salud

Entre estos microbios, los más numerosos e importantes para la salud son las bacterias y levaduras que viven en el intestino en relación simbiótica (es decir, estableciendo entre ellos una relación de ayuda mutua) y que constituyen la “microflora intestinal”, o “microbiota”.

Antes de profundizar en la cuestión, debo advertir que los conceptos que vamos a tratar se encuentran en la vanguardia de los conocimientos científicos actuales, lo cual me obligará a ser prudente. Se trata de un ámbito extremadamente complejo y muy prometedor para la medicina del siglo XXI por las interacciones que tienen lugar entre el organismo y las cantidades ingentes de bacterias que evolucionan con gran rapidez. Además ocurre en un entorno que resulta difícil reproducir, pues no es posible reproducir in vitro (en el laboratorio), lo que sucede en el intestino, y hacer observaciones in vivo (dentro de una persona viva) resulta muy complicado. Así pues, el conocimiento en el campo de las bacterias intestinales está avanzando de manera lenta e incierta.

Breve recordatorio sobre la estructura de los intestinos

Los intestinos son un tubo largo recubierto de una mucosa denominada epitelio intestinal que, a su vez, se compone de una fina capa de células, los enterocitos. Su estructura en forma de ribete en cepillo (una especie de terciopelo en el que cada pelo recibe el nombre de vellosidad intestinal) aumenta considerablemente la superficie de intercambio. Efectivamente, el epitelio intestinal es el que permite los intercambios entre el exterior y el interior de nuestro cuerpo. Sí, ya sé que resulta curioso pensar que lo que sucede dentro de los intestinos tiene lugar en el exterior del cuerpo, pero es un hecho: hasta que los nutrientes no atraviesan la pared intestinal para llegar a la sangre, éstos permanecen en el exterior del cuerpo; al igual que el aire que entra en los pulmones se queda en el exterior hasta que penetra en la sangre. La diferencia entre los intestinos y los pulmones es que, en el caso de estos últimos, lo que no se absorbe vuelve a salir por el mismo conducto (la boca).

Si se desplegase la superficie extendida de las vellosidades del epitelio intestinal, podría cubrirse la superficie de una cancha de tenis. Aunque esta mucosa es muy fina, es muy resistente, y prueba de ello es que a lo largo de una vida se estima que pasarán a través de ella al menos 50 toneladas de alimentos. Además, apenas tiene irrigación de vasos sanguíneos.

Las bacterias protegen y nutren el epitelio

El secreto de la resistencia e integridad del epitelio intestinal reside en que está recubierto de microbios que lo protegen y alimentan.

Son centenares de especies de bacterias y levaduras las que constituyen la microbiota.

La microbiota se nutre, entre otras cosas, de fibras, que son elementos que se encuentran en nuestra alimentación, pero que no podemos ni digerir ni absorber.

Las fibras se encuentran de forma abundante en todas las frutas y hortalizas. Resultan indispensables, por una parte, porque regulan el tránsito intestinal y, por otra, porque son necesarias para el mantenimiento del epitelio intestinal. A las bacterias y levaduras que recubren la mucosa intestinal les encantan las fibras. Realmente, las bacterias y levaduras fermentan las fibras para degradarlas y absorberlas. Este proceso acarrea la producción de ácidos grasos de cadena corta que, aunque parezca un milagro, son precisamente el alimento del que se nutren las células del epitelio. Así pues, favorecen su mantenimiento y, cuando se deteriora, permiten su reparación.
Como podrá observarse, todos salen ganando con la operación: tanto las bacterias y levaduras como las células de los intestinos. Se habla por tanto de microbios mutualistas o de simbiosis, a diferencia de los microbios parásitos, los cuales simplemente se benefician sin dar nada a cambio.

Estos microbios también nos benefician

Y eso no es todo: de los beneficios obtenidos de la colaboración entre la microbiota y las células intestinales (enterocitos) también hay otros beneficiados: ¡nosotros!

En efecto, el intestino produce ciertos neurotransmisores, como es el caso del 95% de la serotonina (la hormona de la felicidad), de ciertas enzimas (peptidasas y lactasa) y de vitaminas (sobre todo B12 y K), así como de numerosas moléculas mensajeras del sistema inmunitario (ARNm). Estas sustancias pueden influir en el estrés que padezcamos e incluso determinar nuestro carácter. Y prueba de ello es que si se le practica un trasplante de microbiota intestinal de un ratón aventurero a los intestinos de un ratón temeroso, éste último se vuelve más valiente.

La expresión “tener redaños para algo” es, por tanto, literalmente cierta.

Por otra parte, estas bacterias parecen ser capaces de producir compuestos químicos que regulan el apetito, la digestión y la sensación de saciedad.
Investigadores de los Países Bajos descubrieron que, al trasplantar la microbiota de ratones delgados en los intestinos de ratones con síndrome metabólico (obesidad, diabetes e infecciones vinculadas a la disminución de la sensibilidad a la insulina), se observaba un aumento pronunciado de la sensibilidad a la insulina de los ratones enfermos y, por tanto una mejora de su estado.

Las bacterias intestinales mal alimentadas causan enfermedades

Si las bacterias del intestino no reciben las fibras que necesitan para regenerarse, producen menos alimento para el cuidado de nuestro epitelio. Además, nos quedamos sin una parte de las sustancias beneficiosas que producen, que son aquellas a las que nos acabamos de referir (serotonina, enzimas, vitaminas...).

Si no se alimenta bien el epitelio intestinal, puede sobrevenir un aumento de la permeabilidad intestinal, en concreto en aquellas personas con intolerancia al gluten y a las proteínas de la leche de vaca. Las bacterias patógenas, proteínas e hidratos de carbono que no se hayan digerido adecuadamente pueden pasar a la sangre y desencadenar reacciones inmunitarias adversas. La consecuencia de ello es una inflamación crónica que, con el tiempo, puede provocar la aparición del síndrome metabólico, además de numerosas enfermedades crónicas vinculadas, como la colopatía funcional, enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo 2 e incluso cáncer.

Los investigadores han demostrado, además, que el intestino es anormalmente permeable ante casos como la enfermedad de Crohn, la espondilitis anquilosante, la artritis reumatoide, la diabetes de tipo 1 y, probablemente, ante la mayoría de las enfermedades autoinmunes.

¿Problemas digestivos recurrentes? Regenere la microbiota cuanto antes.

En caso de que tenga problemas digestivos desde hace tiempo (estreñimiento, diarrea, alternancia de ambos, hinchazón abdominal, gases fétidos…), es el momento de preocuparse de regenerar la microbiota mediante un tratamiento específico. Porque no hay que olvidar que es la salud de los intestinos la que determina, al fin y al cabo, la salud de todo el cuerpo, incluido el estado de ánimo.
Pero eso no se improvisa. Sin embargo, las investigaciones de estos últimos 30 años han permitido definir cuáles son las bacterias y sus factores de crecimiento indispensables para llevar a cabo esta sagrada tarea de protección.

1- En primer lugar, es imprescindible aportar un surtido de bacterias que restauren la microflora de protección intestinal. Estas especies bacterianas, compatibles entre sí y con capacidad de desarrollarse in vivo, pertenecen principalmente a los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium.

2- Estas bacterias, por beneficiosas que sean, se encontrarán desamparadas en su nuevo territorio y no podrán desarrollarse de forma armoniosa en él, a no ser que lleguen acompañadas de sus factores de crecimiento metabólico. Por tanto, es preciso prever su alimentación (con los prebióticos) a fin de que les proporcione los ingredientes necesarios para su crecimiento en el medio intestinal: oligosacáridos, colágeno, aminoácidos, lactoferrina y los cofactores vitamínicos (del grupo B) y minerales (magnesio, manganeso…).

3- Aportar bacterias protectoras y favorecer su desarrollo son las dos primeras etapas que determinan la regeneración de la microbiota; pero también es preciso regenerar el epitelio intestinal, que debe formar de nuevo una barrera infranqueable e impermeable frente a los diversos agentes dañinos o patógenos. Para ello es necesario aportar agentes reparadores como la glutamina, fosfolípidos, colágeno, vitaminas del grupo B, C, E y carotenoides.

4- El medio intestinal constituye la primera línea de defensas naturales del organismo. Por ello, conviene estimular la inmunidad gracias a una selección de nutrientes: las bacterias amigas o las inmunoglobulinas de calostro contribuyen a la resistencia natural del intestino frente a las agresiones del entorno. De igual manera, los oligoelementos (cobre, selenio, zinc), las vitaminas A, B6, B9, B12 y C participan en la actividad normal del sistema inmunitario.

5- Por último, conviene estimular el metabolismo general mediante nutrientes en sus formas adaptadas: oligoelementos, vitaminas, coenzima Q10 y aminoácidos azufrados. Realmente, si el organismo está falto de vitalidad y de minerales y ha pasado meses o años con digestiones difíciles, no permitirá que se realice una buena labor de regeneración del aparato digestivo.
No hay que olvidar que «la muerte comienza en los intestinos» y que una mala digestión acaba, a largo plazo, destruyendo el organismo y allanando el terreno a enfermedades aun peores.

¡A su salud!

Más información sobre este tema:

♦ El cuidado de la microbiota empieza desde el momento del nacimiento Haga clic Aquí.

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